¡Fuego!
Y la tierra se estremeció con el estruendoso tronar de los cañones. Las puertas de la Catedral se hicieron añicos con la primera descarga. Por el boquete abierto por la fuerza ingresaron los soldados enfrentándose en singular batalla con los guardias del templo, quienes se atrincheraban en su interior; sin embargo el asalto los había tomado por sorpresa, pues la mayoría de sus efectivos estaban custodiando las vías de acceso internas, que daban al Palacio. Rápidamente la mermada guarnición templaria fue sometida e ingresó con aire soberbio el Sr. Presidente.
Ustedes prepárense para someter a los refuerzos de la guardia. Ustedes custodien las entradas del Templo y del Palacio, vuelen el puente que une a ambos edificios. Ustedes bajen a buscar el tesoro del Templo que por eso hemos venido.
Mientras los soldados ejecutaban las órdenes del Presidente y se oía el fulgor de la batalla en el recinto santo, más allá de las murallas palaciegas la muchedumbre comenzaba arremolinarse. El clima social y político era totalmente inestable y parecía que la acción sacrílega del presidente era la chispa que encendería el polvorín. Al sonar de los cañones y el chocar de las espadas la multitud se enardecía aún más. Pronto una voz se alzó de entre la muchedumbre.
Y la tierra se estremeció con el estruendoso tronar de los cañones. Las puertas de la Catedral se hicieron añicos con la primera descarga. Por el boquete abierto por la fuerza ingresaron los soldados enfrentándose en singular batalla con los guardias del templo, quienes se atrincheraban en su interior; sin embargo el asalto los había tomado por sorpresa, pues la mayoría de sus efectivos estaban custodiando las vías de acceso internas, que daban al Palacio. Rápidamente la mermada guarnición templaria fue sometida e ingresó con aire soberbio el Sr. Presidente.
Ustedes prepárense para someter a los refuerzos de la guardia. Ustedes custodien las entradas del Templo y del Palacio, vuelen el puente que une a ambos edificios. Ustedes bajen a buscar el tesoro del Templo que por eso hemos venido.
Mientras los soldados ejecutaban las órdenes del Presidente y se oía el fulgor de la batalla en el recinto santo, más allá de las murallas palaciegas la muchedumbre comenzaba arremolinarse. El clima social y político era totalmente inestable y parecía que la acción sacrílega del presidente era la chispa que encendería el polvorín. Al sonar de los cañones y el chocar de las espadas la multitud se enardecía aún más. Pronto una voz se alzó de entre la muchedumbre.